16.4.08

Literature/Literatura

Dinapiera Di Donato (1957) nació en Upata (Venezuela). Actualmente reside en New York donde prepara una tesis doctoral y enseña lenguas. Ha publicado Noche con nieve y amantes (Caracas, Fundarte, Venezuela 1991). La sonrisa de Bernardo Atxaga (Upata, Predios, Venezuela 1995) y Desventuras del ocio: Libro de Rachid, avenida Paul Doumer (Cumaná, FEES, Venezuela 1996).



Retrato de Lisi que traía una sortija de Quevedo en un libro de Molloy de 1981

Dinapiera Di Donato


En breve cárcel traigo aprisionado, Con toda su familia de oro ardiente, El cerco de la luz resplandeciente, Y grande imperio del amor cerrado.

En un edificio con una placa donde ponía que allí vivió Flaubert, había un felpudo con su llave debajo. A ese apartamento llegaban de madrugada las muchachas latinas que no querían aparecer por sus casas con sus acompañantes o que no querían ser vistas sino a media luz. Dormían todo el día abrazadas unas a otras como murciélagos guindando de una cortina. Cuando se despertaban al atardecer los cuartos en tinieblas se animaban como un café letrado o un burdel de lujo, o como el set de una película porno con vampiros y necrófilos. Entre pastas de ganso de hígados enfermos, y mermeladas Bonne Mammie untadas en canillas interminables se desataban las discusiones en torno a quién dejaba a quién, los ensayos de las universitarias, el tonillo superior de las viejas profesionales, las lecciones magistrales de las psicoanalizadas feministas y la rifa de la morena nueva que trabajaba en una agencia para ejecutivos. No solamente se desdeñaba a las viejas escritoras que se escondían como ratas de laboratorio de la academia (así llamaron una vez a las Margaritas, dama Yourcenar y dama Duras, que yo empecé a frecuentar) sino que se ignoraba las novelas recién escritas, en Cuba y en Argentina, y con el mismo título, Monte de Venus, para uso de las letradas mariconas en español, sino que en aquel salón se entendía El bosque de la noche al revés. Ahora se dice que los personajes de Djuna Barnes recogían un espíritu de los cambios de paradigmas que el siglo XXI ha ido sacando del miasma del XX fraguado en el XIX. Italia lee lo de la máquina rizomática, de la filosofía de Deleuze como un universal devenir animal: no confundirse con una bestia, sino deshacer la organización humana del cuerpo, cita. Pero cerca de la Bastille de mis veinte años los personajes de Barnes solamente confirmaban que toda lesbiana anda por la vida como una Chabela Vargas arrastrada por el río, por un ánima en pena a lo Medea Llorona, dama Robina que es una diosa en cuatro patas y devoradora de ovarios en los bosques helados de la cama hoguera de la enamorada sola. Lo de más o menos sola y el pasar la voz de más o menos fuego dependía de la chequera y sin duda ayudaban los dientes sanos y sobre todo que el esqueleto y sus grasas de precoces menopausias se enfundaran en un estuche de marca. Felices las nieves de antes, las lesbianas latinas de ayer tan felices felizmente documentadas, dice Italia, como para animarme a seguir porque me nota confusa. En mi juventud hubiera sido ofensivo opinar de estas cosas aunque pocas en aquellas reuniones podían adquirir su salvaje desechable y tirarse por los barrancos con buenos paracaídas.

Hubiera sido un pensamiento de resentida sospechar que la vida de la lesbiana latina feliz pudiera empezar en el armario o caja fuerte de un Banco y desde allí, después de pagada la cuota de cenicienta, salir a medianoche en una carroza que el hada maricona habría sacado con su polvo mágico de una botella de vino bueno y cuatro murciélagos. Y aunque una de las dueñas del bar Katmandú había escrito libros donde el mariconeo empezaba con la autonomía financiera, lo que mis conocidas subrayaban de las lecturas era la posible identidad real de la amante de una página determinada y el espíritu de superación de una asiática colonizada que termina su vida como reina de las discotecas de París, bella y feliz. Las asiáticas cocineras no olían tan bien. En cuanto a la clásica latinoamericana Clarice Lispector en los bosques del Brasil, se leía como un misticismo militante encubridor de la represión erótica, la comunión de la cucaracha para recobrar una monolítica invención de identidad humana y no como ahora, a la luz que enfoca de nuevo las viejas ideas, ahora que lo humano no es una nostalgia de unidad sino estados funcionales: Estamos en el mundo en burbujas, esferas, incubadoras, invernaderos, donde el hombre se construye, se protege y cambia. La esfera no es más la imagen morfológica del mundo poliesférico que habitamos, sino la espuma. Miro a Italia entendiendo a Peter Sloterdijk y me vienen nostalgias de mi filósofo de Casablanca. La única novela reconocida en la academia que escribió una latina maricona por esa época no quiso tocar el tema de la maricona curada de espanto, sino el odio lésbico que ahora se conoce como homofobia internalizada. Eros carnicero.

La educación nos había enseñado a representar lo sensible como una manera de conmoverse, decían mis mentores, cada vez que el cine ponía a dos mujeres muy cerca era porque había que matarse de forma que la sangre fuera una cosa bella entre sonámbulas y el sexo una pasarela de baby dolls. El morbo común prefería que las muchachas entre ellas hicieran cositas más inocentes, ¿por qué sería muy diferente el morbo maricón si la mala educación era igual para todos? Porque el morbo de la maricona la ponía a ubicar la escena lésbica en todos los acontecimientos de la imaginación. La pasión que pintaban las escritoras era el cuadro plástico de la Condesa Sangrienta de Pizarnik en la que una contempla el siniestro desnudismo de la otra que se pone el vestido de hierros punzantes que la atraviesan para eliminar restos de dama. Dos sobran siempre. No hay cariño que valga. La dama imaginaria objeto de culto debe quedar invicta en el otro mundo, en esa guerra a muerte:

La mujer que se presenta al espectador como un “cuadro” compuesto y acabado es, para la mente contemplativa, el mayor de los peligros. A veces, uno encuentra una mujer que es bestia en trance de hacerse humana. Cada movimiento de esta persona se reducirá a la imagen de una experiencia olvidada, espejismo de una boda eterna proyectado sobre la memoria racial; una alegría tan insoportable como lo sería la visión de un antílope bajando por una arboleda, coronado de azahar, con un velo nupcial y una pata levantada en actitud temerosa, caminando con el pálpito de la carne que se hará mito; al igual que el unicornio no es ni hombre ni animal disminuido sino ansia humana que comprime el pecho contra su presa.
Esa mujer es la portadora de gérmenes del pasado: delante de ella nos duele la estructura de la cabeza y las mandíbulas; nos parece que podríamos comérnosla, a ella que es la muerte devorada que vuelve porque sólo entonces acercamos la cara a la sangre que hay en los labios de nuestros antepasados.

Era la descripción de la página 37 de La Sonnambule, así en francés, de Djuna Barnes leída con los ojos del desvío fatídico automáticamente trasladado de la ficción a la biografía de legendarias ogras solitarias en los límites de la indigencia. Por no adaptarse a algún destino genérico, el final de las poetas pasadas de moda se parece al de las ogras reventadas en sus cuevas solas. Eunice Odio, Esdras Parra, Gloria Anzaldúa. Versiones de final de poetas de apartamento, a lo Pizarnik. No valía el que ninguna de ellas se lo creyera. Pregúntate por qué había que institucionalizar en un martirologio cosas tan personales, decía Tenreiro. Todavía no sabía que leería El Infierno Musical:

Ojos Primitivos


En donde el miedo no cuenta cuentos y poemas, no forma figuras de terror y de gloria.

Vacío gris es mi nombre, mi pronombre.

Conozco la gama de los miedos y ese comenzar a cantar despacito en el desfiladero
que reconduce hacia mi desconocida que soy, mi emigrante de sí.

Escribo contra el miedo. Escribo contra el viento con garras que se aloja en mi respiración.

Y cuando por la mañana temes encontrarte muerta (y que no haya
más imágenes): el silencio de la comprensión, el silencio del mero
estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.


Algo de esta emoción de cumplir con el cliché y esforzarme en desecharlo reorientó mi adolescencia hasta entonces centrada en el absolutismo de la relación primordial en la que se asía, no se acariciaba. La ausencia de pasajes hacia los otros dependía de un amor negado o concedido, hasta la saturación, porque había que darle paso a otro proyecto de muchacha. Ajustarse la cabeza. Con las dos manos me encajaba bien la cabeza sobre los hombros pero fui llevando por todas partes la rumia de la mujer que se había vaciado en mi cerebro como un disparo. Desalojándome. En Persona las mujeres confundidas entre fundidos llenaban el primer plano con rostros que eran máscaras para ser besadas, a ver si había alguien allí. Los cuerpos terminados en la epidermis encapsulaban a un ser que sabía que no terminaba allí. Tampoco en la otra. Cada señora que me besaba entonces en París al principio parecía recién llegada del bar El Dorado de Berlín, en 1920, cuando más de 25 organizaciones políticas, culturales y sociales se encontraban activas para promover otras mentalidades. En cada luna de miel, antes de que se instalara el mal rollo, por unos días aquellas mujeres se movían como unas avezadas archivistas, expertas en el derecho a la salida del laberinto de los dualismos. Ahora sé que eran cuerpos que guardaban la huella de antes del nazismo y la segunda guerra, de aquella edad de oro de las identidades distintas despatologizadas, que soñaron desde el siglo XIX Karl-Heinrich Ulrichs, Magnus Hirschfeld y Adolf Brand, cuando se fundó el Comité Científico Humanitario y la Comunidad de los Dueños de Sí Mismos (Gemeinschaft der Eigenen), la Liga por los Derechos del Hombre (Bund für Menschenrechte), hasta que, en 1919, el Instituto para la Ciencia Sexual (Institut für Sexualwissenschaft) de Berlín, centro de estudio y terapia sexuales a tiempo completo, le diera visibilidad a los cuerpos distintos por un rato. Pero cada luna de miel terminaba en el mal rollo. De pronto el segmento del fascismo se mezclaba a los de los caudillos que ocupaban los espacios otra vez y tomaban por asalto la cabecera de las camas y se volvía a negar la realidad del metabolismo. Otra vez la vida urbana homosexual lejos de hacerte ciudadana libre te condiciona para el cliché. Toma notas Italia. La idea no se mueve, atornilla tu cabeza y estarás fijando también las ideas comunes. La media luz de una lámpara art deco en el fumadero donde consumir a una muchacha cara hasta el crimen se sacudía en la cama convertida en arena de gladiadoras. Pero yo no quería que volviera a pasar con Perpetuo Socorro, mi último gran amor parisino. Los efectos en el comportamiento sexual del misterioso implante cerebral de la sirena de las fuerzas del orden que acampa retadora en la intimidad de una muchacha para despertarle el cerebro y apagáserlo una vez normalizada la trasgresión, era su tema doctoral. Conocía bien a las poetas nacionales y adoraba a los Pancho del momento: Massiani y Quilicci, pero tenía un secreto: sus propios poemas fueron rechazados en el más afamado taller del otro país, porque no pasaban de pequeños embriones en un frasco de formol, como ella misma muy en el fondo se sentía. Anda a París y léete a Pizarnik, pero toda, la ingeniosa y divertida que jugaba como Gertrude Stein a reinventar las lenguas nacionales, recomendaba su amigo el librero Michelena, entonces empleado de una biblioteca donde hacía equipo con un amigo ciego que atendía a los estudiantes de bachillerato con las tareas de historia y geografía. Como el sueldo de ayudantes de Biblioteca era tan bajo, a veces colocaban al invidente en una esquina y completaban la plata para invitarla (ella se enteró mucho después) a irse a llorar juntos a aquel bar cerca de La Casa Natal, ellos sus amores y ella los de ella. Si pudieras irte a París y olvidarte de los atropellos de los jefes, del de los talleres y de los de esa mujer que acaba con tus nervios y solamente estudiar y leer y vivir, cuando regreses tal vez te aceptemos una invitación y ya te quieran publicar y hasta te quieran.

Había en Nuremberg un famoso autómata llamado 'la Virgen de hierro'. La condesa Báthory adquirió una réplica para la sala de torturas de su castillo de Csejthe. Esta dama metálica era del tamaño y del color de la criatura humana. Desnuda, maquillada, enjoyada, con rubios cabellos que llegaban al suelo, un mecanismo permitía que sus labios se abrieran en una sonrisa, que los ojos se movieran. La condesa, sentada en su trono, contempla. Para que la 'Virgen 'entre en acción, es preciso tocar algunas piedras preciosas de su collar. Responde inmediatamente con horribles sonidos mecánicos y muy lentamente alza los blancos brazos para que se cierren en perfecto abrazo sobre lo que está más cerca de ella -en este caso una muchacha. La autómata la abraza y ya nadie podrá desanudar el cuerpo vivo del cuerpo de hierro, ambos iguales en belleza. De pronto, los senos maquillados de la dama de hierro se abren y aparecen cinco puñales que atraviesan a su viviente compañera de largos cabellos sueltos como los suyos.

Italia Nahil corregía mis parrafadas con fingido interés, hacía mucho tiempo que conocía mis historias. Mi regreso a Anzoátegui porque Perpetuo Socorro se vio afectada por los cambios económicos y me pidió que la acompañara en una pasión que ninguna tesis pudiera clasificar. Predecible caída de una maricona que se fue encerrando en el planeta PS y nunca más vio ni a Yurkievich ni a Tenreiro ni al filósofo.
La noche del aguacero dime donde te metiste que no te mojaste el pelo

Como era también predecible, PS a su regreso no la quiso nadie, su amigo Michelena siguió invitándola, ahora trabajaba en una bella librería del otro país, pero al invidente lo vimos una vez vendiendo ganchos de pelo en una esquina del brazo de la esposa, una rubia ciega, porque en las periódicas remodelaciones burocráticas de cambio de gobierno, el novio de su jefa decidió que un invidente debía estar lejos de una biblioteca. PS y yo quedamos muy afectadas cuando los vimos, no teníamos para comprarles ni un cartón de ganchos, peligrosamente deslizábamos en el país peligroso. El dinero que conseguíamos era para ir a entrevistas de trabajo y flagelarse después porque quién me manda, por mi culpa, por mi culpa, a haberme ido a París y perder así las relaciones que son las que te permiten crear un bunker contra el militarismo que no perdona la vida civil adulta. Después vino la pérdida de la cabeza de PS y mi huida cuando descubrí que el foco infeccioso de ese mal estaba en la mía. Largos años en Anzoátegui se fueron tratando de calmar la ansiedad de los encierros. Más nunca se pudo hablar ni de ésta ni de ninguna otra cosa que no fuera la lucha entre partidos que afectaban mis trabajos. Como a media voz, daba clases de literatura.

Hasta que Michelena me consiguió, en una biblioteca polvorienta, todavía envuelto en su papel celofán, un ejemplar de En Breve Cárcel que nunca había realmente leído en aquellos años de París y creí que al fin podría destapar una olla. Italia Nahil, que había sido una niña maníaco-depresiva y una adolescente empastillada y ahora una mujer equilibrada y juguetona como un cachorro no entendía por qué esas ganas de hablar si tanto me repugnaban el chisme como la confesión. Pero en la época de Anzoátegui en la que terminé arrastrando el cuello retorcido como si me hubieran quitado los anillos tribales de la moda del pescuezo de jirafa, escribirle largas cartas a una autora viva y que parecía escribir desde dentro de la pasión le daba ganas de volver a enderezarse, de volver a emigrar. Le envió sus manuscritos, empezó a tratar de ser clara para, llegado el momento, si algún día se encontraban, poder conversar. La autora horrorizada y compasiva no le respondió. Horrorizada porque nada más peligroso para una maricona que la ignorancia de los encierros, pero más peligroso es la falta de inteligencia. Porque una cosa es el talento y reinventar a Cervantes y otra la psicopatía que te da por la escritura y por las escritoras y que puede esconder a la psicópata que te dé el tiro de gracia. La venganza de una actriz. La autora suspiró aliviada porque el manicomio de Anzoátegui quedaba bien lejos. La falta de oído para captar de qué va el lugar donde te dispones a circular es lo que te impulsa a correr sin rumbo por las calles. Compasiva, no quiso escribirle la verdad, porque quién es una autora para andar diciéndole a cada maricona desfasada que la autorreflexividad es nieve derretida. Que así no iba hacia ningún lado. Nunca le contestó.
Acababa de llegar a una universidad de Manhattan preocupada por su falta de inglés cuando otra autora, caribeña con mucho futuro, le dijo de forma espontánea que la disculpara, pero que la academia nunca le hace bien a una escritora, salvo convertirla en maestra. Quise explicarle lo de la visa de estudiante, hacía poco que el consulado se puso duro con las solteras emigrantes de Anzoátegui. Eso no pasa en Caracas, dijo otra chica llamada Italia Nahil, que seguía la conversación con interés. Y ¿dónde queda Anzoátegui?, preguntó en son de broma. Hacía años leyó unos Relatos de Nieve con amantes que el famoso Michelena le recomendó, escritos por una maricona que nadie sabía dónde vivía. Que ella quería reeditarlos si yo daba permiso. La autora caribeña no quiso hacer el prólogo porque no tenía tiempo. La frase pesada, la metaficción y los personajes excéntricos que solamente se asustan a sí mismos, eran momias para la academia. No lo dijo para no herirme, que me lo diga Italia. Quién era ella para decirle a una señora que se cree escritora porque entre clase y clase escribe sus poemas y que piensa erróneamente que la revolución no va a reconciliar el África sin agua, ni luz ni nutrientes que en el país donde creció subvenciona al otro país de viajeros cosmopolitas que aprendieron inglés a tiempo, que escriba algo serio pero sin tanta seriedad. Italia se fue conmigo sin responder a ninguna de mis preguntas sobre la ciudad. New York no es un abrigo talla única, fue lo que dijo.

Ahora en la universidad, evitando tropezar a aquella autora de En breve cárcel cuando al fin la ve de lejos, termina por imaginarla metida en el traje de Givenchy negro de la chica de los diamantes, subastado en algo así como 900.000 dólares en la Sala Christie’s para una buena causa, parecida a la de reconciliar el África sin agua, ni luz ni nutrientes que en el país donde crecimos subvenciona al otro país…etc. La autora caribeña joven, amiga de Italia Nahil, la sigue invitando a que se faje con el inglés porque lo de un escritor es traducir y traducir y leer y escribir y no eso de dar clases y recordar lo mal que les iba a las mariconas comunes cuando lo de las nieves del rey Perico. Que le solicite una beca de escritora a la revolución más generosa y rarita del mundo. Imagina a las muchachas metidas en sus trajes negros decorados de roturas por encimas de los pantalones y los zapatos con ruedas. El bello traje en el que también mete a Carmen Boullosa con los brazos níveos entre mitones, cuando la conoce en la biblioteca, el mismo traje que le veo a Sonia Rivera-Valdés con el detalle del collar que la envuelve como un chal, o a Lía Schwartz, la hispanista glamorosa en el Givenchy con el broche de plata, escritoras mayores que vienen de otros climas como otro centenar de escritoras, las preciosas monturas de raza andando con elegancia sobre la nieve de la Quinta Avenida, con sus bolígrafos punta extra-fina como boquillas que hacen volutas en el cielo de Manhattan.

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